Hoy nos detenemos en otra efeméride: el 28 de noviembre se cumplen 28 años de la muerte de la poeta y escritora Elisabeth Mulder. Una mujer de la que algún crítico, quedándose tan ancho, dijo: «En sus versos hay sensualidad masculina, hay, ante todo, cerebro».
Mulder vivió en Puerto Rico, en varios países de Europa, hablaba cuatro idiomas, entre ellos el alemán y el ruso; estuvo casada nueve años, ha sta que enviudó, y tuvo un hijo con el abogado y político catalán Ezequiel Dauner; escribió en «El Noticiero Universal», «La Noche», «Mundo Gráfico»…; mantuvo una intensa, aunque breve, relación con Ana María Martínez Sagi, y fue una de las precursoras de la literatura lesbiana en lengua española gracias a su novela «Preludio a la muerte», que escribió en 1939 y publicó en 1941.
La importancia de esta novela es que en ella, la autora trata la destrucción de la identidad que sufre la protagonista, Verónica, un personaje que se alimenta de personalidades fuertes para poder vivir, entre ellas la niñera, la institutriz y Marion, una amiga muy especial, a la que conoce en un internado y con la que mantendrá una relación adolescente. De esta historia, Juan Manuel Prada dice en su libro «Las esquinas del aire», toda una pesquisa biográfica sobre Ana María Martínez Sagi, que: «Quizás merezca destacarse, sobre el tono obsoleto del libro, la relación afectiva y sensual, como perfumada de masoquismo, que Verónica entabla con una compañera de internado, Marion, una relación que, luego, al reanudarse en la edad adulta, desatará la tragedia»
Cuando se publicó, el suicidio final de la protagonista, tuvo que ser velado a instancias de la censura que le recordó a la autora que «las mujeres españolas no se suicidaban». En 1950, se hizo una adaptación cinematográfica, «Verónica», que fue dirigida por Enrique Gómez, con Margarita Andrey como protagonista. Desafortunadamente, en la Filmoteca Nacional no se conserva ninguna copia.
Aparte de esta novela, la obra de Mulder es extensa: publicó su primera novela en 1934, «Una sombra entre los dos», a la que siguió «La historia de Java» (1935), un relato sobre la historia de una gata, independiente y errabunda. Además cultivó la literatura infantil y el teatro («Casa Fontana» y «Romance de media noche») y a partir de mediados de los 40 publicó sus obras más famosas: «El hombre que acabó en las islas» (Barcelona, Apolo), «Alba Grey», «El vendedor de vidas»….
–Relación con Ana María Martínez Sagi–
En cuanto a su historia de amor con Ana María Martínez Sagi, se conocieron a principios de los años 30 y, desde aquel momento, trabajaron juntas, escribieron juntas y también compartieron escapadas en el Montseny, a La Molina para esquiar y, en 1932, una muy especial a Mallorca, donde pasaron la Semana Santa, a un hotel de Alcudia donde, cuenta Sagi, vivieron momentos inolvidables.
Pero esa escapada fue la última aventura de la pareja. La madre de Ana María, Consuelo Sagi, una mujer de la burguesía barcelonesa, amenazó a Elisabeth con arrojar sobre ella el escándalo y desterrarla socialmente. Mulder, que entonces ya era viuda, temió el ostracismo social y que aquellos rumores pudieran salpicar el bienestar de su único hijo. Le escribió una carta a Ana María explicándole las amenazas de su madre y la imposibilidad de continuar viéndose.
Como explicó en «La voz de los otros» Rubén Castillo, Ana María dejó dicho de Mulder que:
Cuando Mulder se despidió de su amiga, le pidió. No sólo dejar de verse, sino un favor tremendamente doloroso para las dos: «(…) le suplicó a su amiga y amante que entregase al fuego todas sus cartas, para borrar cualquier vestigio que pudiera servir como arma a quienes se oponían a su amor. Y aunque Martínez Sagi obedece, con hipnótica rapidez se niega a la claudicación de la amnesia y se impone un sacerdocio implacable para el futuro: “Decidí que consagraría el resto de mis días a perpetuar a Elisabeth con la memoria”. («La voz de los otros», Rubén Castillo).
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